“Jerusalem fue destruido por el odio gratuito entre hermanos”. Con esas palabras el Talmud, esa gran enciclopedia de sabiduría judía, resume una de las experiencias más trágicas de la historia del pueblo hebreo: La destrucción del Segundo Templo de Jerusalem, llevada a cabo por Tito al frente del ejercito romano en el año 70 de la era común.
El Primer Templo también había sido destruido, en aquella oportunidad por los babilonios, liderados por Nabucodonosor en el año 586 AEC. Ambas calamidades ocurrieron en el mismo día del calendario hebreo, el 9 del mes de Av.
Por eso esa fecha, que este año se conmemora desde el anochecer del sábado 6 de agosto, es una jornada de duelo y ayuno evocando estas y otras catástrofes que ocurrieron al pueblo judío a lo largo de la historia (por ejemplo, el edicto de expulsión de los judíos de España entró en vigor ese día en el año 1492).
Lo que siempre me llamó la atención al estudiar como los rabinos del Talmud interpretaban la destrucción de ambos Templos era que no recurrían a la explicación obvia: Babilonia y su poderoso ejército en el siglo VI AEC avanzando hacia Egipto y arrasando todo a su paso (el Templo de Jerusalem fue solo una de varias casas de culto destruidas en esas expediciones militares) y los romanos, la superpotencia del siglo I EC que venían con “sangre en los ojos” a sofocar a Judea la rebelión que los judíos, un pequeño e insignificante pueblo de la periferia había montado un par de años atrás.
Por el contrario, ellos afirmaban que fue la deslealtad del pueblo hacia Dios que se manifestaba en actos de idolatría, en homicidios y en practicar relaciones incestuosas lo que ocasionó la destrucción del Primer Templo, y como menciono al principio de la nota, el odio gratuito entre hermanos lo que trajo como consecuencia la destrucción del Segundo Templo.
Confieso que cuando era (más) joven, me resultaba un poco ingenua la forma en que los rabinos veían la historia. ¿Cómo podían dejar de lado explicaciones tan evidentes para todos como la expansión de un ejército imperial o la necesidad de la nación más poderosa de restaurar su autoridad para enfocarse en como actuaban las personas comunes del pueblo cuyo impacto en los grandes eventos de la historia era a todas luces irrelevante?
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Los años y la experiencia me enseñaron que el ingenuo era yo. Al explicar estas grandes tragedias desde la perspectiva de las acciones particulares e internas del pueblo, los sabios estaban mandando un mensaje a sus contemporáneos: Las transgresiones a la ley y el odio injustificado debilitan el entramado social, destruyen los lazos de solidaridad y terminan derribando la estructura que sostiene a la sociedad. La destrucción del Templo (que simboliza la presencia de Dios) se vuelve una consecuencia inevitable.
Sin duda se trata de una lección muy poderosa.
Tan poderosa que quizás nos pueda servir también a nosotros. Aquí y ahora