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El poder de las palabras

Debemos recuperar el valor de la palabra; Eso implica hacernos responsables por lo que decimos, ser cuidados en nuestras expresiones y sensibles a sus consecuencias, tal como está escrito en el libro de los Proverbios (18:21) atribuidos al rey Salomón: “Muerte y vida están en poder de la lengua.”

Rabino Kraselnik

Por Rabino Gustavo Kraselnik

Foto: Gabriel Rodríguez

En tiempos de frases devaluadas, promesas vacías, verdades a medias, Fake news y redes sociales que muchas veces destilan odio escudadas en el anonimato, vale la pena hacer un esfuerzo para recuperar el valor de la palabra o al menos intentar ser conscientes de su importancia. La tradición judía tiene muy presente la fuerza de las palabras. Esta puede ser positiva -recordemos que Dios creó el mundo por medio de la palabra - o negativa.

La prohibición bíblica del chismerío, la difamación y la ofensa se articula con mayor precisión en amplios pasajes de la ley judía. Un concepto importante es la prohibición de hacer “Lashón Hará” (literalmente “lengua del mal”), hablar mal de una persona aun con argumentos que pueden ser verdaderos, pero que se los usa con la intención de producir daño.

Lo que decimos tiene poder. Nuestras palabras producen impacto; así como un elogio enaltece, una frase inspira o una expresión solidaria brinda consuelo, de igual forma un insulto o un dicho cizañero tienen la capacidad de destruir.

Conocedores de esta realidad tan propia de la experiencia humana, los sabios de los tiempos del Talmud (siglos II AEC – V EC) nos legaron varias enseñanzas sobre el tema. Una antigua máxima rabínica afirma: “La lengua de una persona es más poderosa que su espada. Una espada puede matar a alguien que está cerca sin embargo la lengua tiene la capacidad de matar también al que está lejos.” Y otra dice: “La habladuría se asemeja a un triple asesinato, ya que mata a quien habla, a quien lo escucha y a la persona de quien se está hablando.”

En un intento por inculcar la responsabilidad por las expresiones vertidas, nuestros maestros sostienen que cada vocablo que surge de nuestra boca queda grabado en el cielo, y que algún día se nos va a hacer escuchar cada dicho que hayamos pronunciado. Entonces, ante excusas tales como “yo no era consciente de la gravedad” o “no tuve la intención”, se nos responderá: “¡Demasiado tarde! Era tu deber descubrir que tanto lo bueno como lo malo que dijiste queda eternamente registrado”. Quizás en las redes sociales pudiésemos poner un mensaje de advertencia similar antes de que la persona haga su posteo.

Con ese mismo espíritu y con un poco de humor, los rabinos se refieren al lugar que Dios asignó a la lengua en el cuerpo humano. “La encerró con dos muros (los dientes y los labios) para que se detenga antes de producir daño y solo sea utilizada para enseñar a rezar y para difundir palabras de Torá, palabras de sabiduría.”

Si estás lecciones eran valiosas hace siglos, hoy que la tecnología nos permite multiplicar fácilmente la cantidad y el alcance de nuestras palabras, se vuelven indispensables. Debemos recuperar el valor de la palabra; Eso implica hacernos responsables por lo que decimos, ser cuidados en nuestras expresiones y sensibles a sus consecuencias, tal como está escrito en el libro de los Proverbios (18:21) atribuidos al rey Salomón: “Muerte y vida están en poder de la lengua.”