Por lo general asociamos los cuentos con el momento final del día. Quizás porque recordamos ese espacio casi mágico ya como narradores, ya como oyentes - en el que un niño escucha fascinado un relato que lo ayuda a relajarse en la transición camino al sueño.
Sin embargo, para muchos sabios y lideres religiosos el cuento es exactamente lo contrario. Es un arma poderosa para despertar conciencias y estimular el pensamiento. Es una herramienta muy valiosa que, mediante palabras sencillas e imágenes cotidianas. nos permite transmitir una enseñanza profunda.
Desde esta mirada, el cuento encierra una moraleja, una lección que intenta dejar una enseñanza a quien lo escucha. Un cuento está bien logrado cuando se combina la belleza del relato con la capacidad de comunicar ideas y testimoniar valores.
Con eso dicho, quisiera aprovechar para compartirles una bella historia, una de mis favoritas, que nos deja un mensaje inspirador, especialmente para nuestros tiempos.
Se cuenta que un hermoso día paseaba el padre con su hijo por el campo, cuando repentinamente se detiene y le pregunta: “¿escuchas ese ruido a lo lejos?” El niño hizo un esfuerzo por percibir los sonidos distantes y después de un rato respondió:
“Me parece escuchar una carreta que se acerca”.
“¡Muy bien!” – dijo el padre – “y esa carreta va cargada o vacía?”. Rápidamente respondió su hijo: “¿Cómo voy a saberlo? No puedo verla.”
“La carreta viene vacía”, afirmó con total seguridad el padre ante la mirada atónita del pequeño, quien sorprendido lo interrogó: ¿Cómo sabes que la carreta está vacía si no la estás viendo?
“Muy fácil” – le contestó su papá con una sonrisa en la cara – “sé que está vacía por la bulla que hace. Cuanto más vacía está la carreta, más bulla hace”.
“Y lo mismo ocurre con las personas – agregó el padre a modo de moraleja – cuanto más hablan de sí mismos, cuanto más presumen, cuando más gritan, significa que están haciendo mucha bulla, porque en realidad están vacíos”.
Y yo agregaría, que es precisamente esa abundancia de palabras que hacen bulla tanto por su forma, por su contenido y por su tono, la que termina devaluando (dejando vacío) su significado. En conversaciones cotidianas, en el mundo de las redes sociales, a cada momento nos cruzamos con gente que se siente en la necesidad de gritar, de alzar la voz para imponer sus ideas, o con aquellos quienes además de ser autorreferenciales, su único interés es escucharse hablar, sin conexión ni empatía con sus interlocutores. Son carretas vacías.
Estemos atentos y tratemos de alejarnos de los especialistas en hacer bulla. No solo nos atormentan con sus exclamaciones, sus gritos y su autobombo, sino que además nos impiden escuchar otras cosas que sí valen la pena.
Intentemos que sean nuestras acciones las que hablen por nosotros, y que la fuerza de nuestras ideas no se exprese en el volumen de la voz, sino en la serenidad que emana de nuestras convicciones, para que nuestras vidas sean como carretas silenciosas, cargadas de ideas, de pasiones, de sueños, de solidaridad, de encuentros y de un sentido de trascendencia.
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