No existe kriptonita para Rafael Nadal. Ni el dolor ni Taylor Fritz ni su maltrecho músculo abdominal. Nada puede derribar a un hombre al que su propia familia pidió que se rindiese, que no forzara, y solo él confió en una remontada espectacular (3-6, 7-5, 3-6, 7-5 y 7-6 (4)) que le clasifica a sus octavas semifinales de Wimbledon.
Nadal dio una exhibición de esas que le comparan con el Cid Campeador, en las que demuestra que él no está muerto, que siempre vive en el límite y pelea hasta el final. La imagen de su padre y su hermana pidiéndole que se retirara, porque el músculo abdominal no le permitía sacar, y él negándose a irse, quedará para su leyenda.
Nadie creía en que lo lograra, el resto de mortales hubieran estado ya en la ducha cuando él quiso seguir luchando. Pero por eso solo él tiene 22 Grand Slams. Por eso solo él es Rafael Nadal.
SIEMPRE CON EL DOLOR A CUESTAS
Otra vez Fritz fue el testigo del dolor de Nadal. En Indian Wells jugó ante él con una costilla fisurada y esta vez fue el músculo abdominal el que le torturó. El manacorense había lucido estos días una protección en esa zona, pero se la quitó para el partido contra Lorenzo Sonego, signo de mejoría, pero su negativa a hablar del tema ante los medios escondía una preocupación mayor. Había algún problema.
Su comienzo de partido, con una ventaja de 3-1 y un quiebre en el primer juego a un Fritz que solo había perdido el saque cinco veces en el torneo, era ilusionante. Nadal estaba magnífico. Pero la ilusión pronto se transformó en espejismo.
Fritz, que estuvo timorato en sus primeros minutos en pista, comenzó a sacar mejor, a afinar su revés y a empujar a Nadal a la pared. Le dio la vuelta al marcador con cinco juegos seguidos. Un bajón inexplicable en Nadal, un bajón que se explicó cuando el dolor apareció.
Llegaron sus gestos raros al sacar, las molestias, los gestos poco habituales en él, como cuando se hundió en la silla al perder el ‘break’ de ventaja con el que contaba en el segundo parcial. Porque Nadal arrancó 3-0 esta vez y volvió a dilapidar su ventaja, pero de manera más preocupante.
No escondió el dolor, pidió la asistencia del médico en pista y tras consultarlo con él se marchó al vestuario a tratar la lesión. Desde la grada, su padre y su hermana le pedían que se retirara.
Nadal, tras unos minutos de incertidumbre, volvió a la pista, cogió su raqueta y se puso a competir de nuevo. A competir y a ganar.
En un recuerdo más de que hay que derribarle muchas veces antes de que caiga, Nadal protagonizó otra historia de épica y de culto al deporte. No quería retirarse, una opción que solo ha tomado en nueve ocasiones en su carrera, cuando no le ha quedado otro remedio. Decidió luchar, dejarlo todo, porque su espíritu no entiende de rendiciones.
Igualó el partido a un set, porque su calidad, pese al hándicap del físico, es mucho mejor que la de la mayoría de tenistas del circuito. Solo con sus golpes, sin casi poder moverse, era capaz de sacar juegos adelante.
Tenía que forzar mucho al servicio para poder ser competitivo, pero al resto estaba imperial. La cara de Fritz era de terror, porque enfrente tenía a un hombre lesionado que luchaba por su vida.
No se rindió después de perder el segundo set y le dijo al doctor: “Voy a esperar un poco más”. Confiaba en que había una rendija por la que colarse. Cuando se colocó ‘break’ arriba en el cuarto, la emoción en la central estaba a flor de piel.
Era emotivo ver a Nadal, a sus 36 años, luchar por un imposible. Porque no era una final, no era ganar y marcharse a casa. Era ganar y seguir. Tras la victoria, le quedan dos batallas más. Era pedirle un imposible a su cuerpo.
Aun así, Nadal peleó en el alambre de empeorar su lesión. El cuarto set fue una montaña rusa de ‘breaks’ en la que el español siempre fue por delante. Eso le hacía una mella psicológica enorme al estadounidense, demasiado blando para matar el encuentro.
Nadal, que esbozaba una sonrisa con algún golpe imposible de su rival y que reconocía su mal momento apoyando su cabeza contra la valla. No había impulso de fuerza en sus ánimos ni celebración al forzar el quinto set.
Sabía que además de Fritz estaba peleando contra su propio cuerpo. En su juego primaba la seriedad, la cautela. Solo cuando vio que podía ganar, cuando apenas le separaban tres juegos del triunfo, empezó a mostrar emociones. Se enfadaba con los fallos, miraba a su gente. Sabía que se lo podía llevar.
Fritz estaba nervioso, superado por la situación. La pista central estaba con Nadal. “Ahora, Rafa, ahora”, le gritaban. Fue con ‘break’ a favor, lo perdió, se encontró con un 5-4 terrorífico, estuvo a un juego de caer el partido. El carrusel de emociones era inmenso y el desenlace merecía un ‘tie break’. A diez puntos, además.
Rugió Nadal al poner el 6-6. Comenzó con un ‘passing’ que dejó a Fritz por los suelos, le siguió una derecha mortal y un revés a la línea. El manacorense arrancó 3-0, y 4-0, y 5-0. En el momento más caliente del partido fue un avión. Se llevó por delante al estadounidense y firmó una proeza más en su carrera. Menos mal que no se retiró.
El español se reencontrará este viernes con Nick Kyrgios en semifinales de Wimbledon.