No hay ciudadano que no reconozca la lucha que desde hace tres semanas se desarrolla en las calles del país en reclamo por la difícil situación que viven los hogares panameños.
Mientras que las raíces de este movimiento serán recordadas por su espontaneidad, la respuesta de las autoridades de Gobierno quedará en la memoria como un rotundo fracaso.
Aun así, hay que reconocer la oportunidad que ofrece tener un diálogo abierto donde se aborden los múltiples reclamos ciudadanos, siempre con la premisa de lograr cambios que ayuden a nuestro país a reducir la disparidad que margina a un amplio sector de la población.
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Panamá está al borde del abismo y quienes luchan por mejores días no deben prestarse para darle el último empujón. Urge sentarnos a conversar, con firmeza sí, pero garantizando que la patria de todos siga funcionando.
La lucha de este pueblo noble por justicia, mejor distribución de la riqueza, paz y equidad debe ser permanente, pero sin que empeoren nuestra ya difícil condición de vida.