El Mundial de Fútbol de Catar 2022 deja muchas lecciones, pero una que no puede dejarse pasar es que los derechos humanos son mínimos y no son negociables por nada.
Ni una copa ni un juego pueden estar por encima de reglas de convivencia, que solo pueden ser organizadas por la tolerancia.
Se puede ser distinto o diferente, pero todos tenemos que ser tolerantes porque de lo contrario imperan el abuso y la discriminación.
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Catar es un ejemplo de que no vale solo tener estadios grandes y modernos, riqueza material y quedarse con la organización del Mundial, si la realidad ha demostrado que es un país que explota migrantes y no es posible convivir con la comunidad LGTBQ+.
Nadie pide que abandonen su cultura, religión o creencias, sino que sencillamente respeten la del resto como se debe respetar la de ellos como país anfitrión.
La chequera no lo puede comprar todo y la lucha por los derechos humanos y la tolerancia es el partido que debemos jugar todos.